El Aneto es el pico más alto de la cordillera pirenaica con 3.404 metros de altitud sobre el nivel del mar. Aquellos que no lo conocen podrían pensar, al igual que ocurre con otras muchas montañas, que se trata de un gigante imponente y destacado que se divisa claramente a bastante distancia desde su periferia. Nada más lejos de la realidad. Inmerso en el Macizo de la Maladeta, se encuentra rodeado de multitud de cumbres, agujas y cordales que superan los tres mil metros, por lo que con poco que nos depistemos, y según desde dónde estemos observándolo en caso de divisarlo, si no tenemos muy claras las referencias se nos pueden plantear serias dudas para reconocerlo.
Quizás el lugar más emblemático, y el más clásico, desde donde contemplar el techo de los Pirineos sea el Plan de Aigüalluts, al cual se accede a través del Valle de Benasque y tras un corto y
sencillo itinerario de apenas una hora si partimos desde La Besurta. Este paraje, de gran belleza, encierra unos valores de primer orden, lo cual ha hecho que para muchos, y no es de extrañar,
sea su lugar preferido de la cordillera. La combinación del Aneto, su glaciar y la cascada de Aigüalluts constituyen los elementos primordiales de una de las estampas más frecuentes y buscadas de
la parte alta de la cuenca del río Ésera.
Hay quien opina que la belleza de las montañas se aprecia mejor desde abajo, que no hay necesidad de jugarse la vida para subir hasta allí arriba. Pero como todos sabemos, el ser humano no siempre se ha conformado con mirar las montañas desde esa perspectiva, sintiéndose atraído por ascender hasta lo más alto y coronar toda aquella cumbre que le suponga un desafío. Y como es lógico, el Aneto no es una excepción, de modo que el número 209 de Grandes Espacios, correspondiente al mes de abril de 2.015 y en el que he tenido el placer de colaborar, se ocupa de ofrecernos en este número monográfico, entre otros contenidos, todo lo que debemos saber si nos planteamos subir a la cima más elevada de los Pirineos.
Como cabe esperar, la empresa no es sencilla ni está exenta de dificultades, por lo que si nos planteamos realmente llevar a cabo el reto deberemos realizar una buena planificación y estudiar
detenidamente todos los factores a considerar. Recordemos que el éxito no es poner el pie en la cumbre sino ponerlos sanos y salvos en el valle tras el regreso. Por eso, ante todo lo que debe
primar es la seguridad y para ello estamos obligados a realizar una valoración lo más objetiva posible de los requerimientos que nos exige la actividad que queremos realizar y nuestras cualidades
técnicas, físicas y psicológicas. De la conjunción de ambos aspectos saldrá un veredicto que nos sumergirá en una aventura fascinante o que nos permitirá fascinarnos con una contemplación
fantástica desde el valle. Una no es mejor que la otra, ni al revés. Se trata simplemente de dos manifestaciones distintas de un trasfondo común, la pasión por las montañas.